El bullying no es solo una broma pesada ni un juego entre niños, es una forma de violencia que deja huellas profundas, tanto en quienes lo sufren como en quienes lo ejercen y hasta en quienes lo presencian.
Cuando hablamos de bullying, nos referimos a una agresión repetida, intencional y sostenida en el tiempo, donde existe un desequilibrio de poder, no se trata de un conflicto aislado, sino de una dinámica en la que alguien utiliza la fuerza física, psicológica o social para someter al otro.
El bullying deja cicatrices tanto visibles como invisibles, ¿cuáles son las huellas visibles? – las que se expresan con golpes, empujones, insultos públicos o señales físicas de violencia, pero también en la forma en que un niño o la persona violentada baja la mirada, se encoge o se aísla.
Las huellas Invisibles, son muchas heridas que ocurren en silencio: el miedo constante, la vergüenza, la soledad, la baja autoestima y la idea equivocada de que “no valgo lo suficiente”. Estas huellas emocionales suelen ser las más dolorosas y pueden acompañar a la persona toda su vida.
Detrás de cada caso de bullying hay una fractura emocional, donde la víctima carga con miedo y silencio, a veces creyendo que es culpable de lo que le ocurre. Muchas veces el agresor refleja inseguridad y vacío interior, disfrazados de violencia y control. Los testigos aprenden que es mejor callar, normalizando la crueldad y la indiferencia.
El bullying no solo afecta la infancia y la adolescencia; muchas de sus marcas persisten en la vida adulta en forma de ansiedad, depresión, dificultad para confiar o miedo a mostrarse tal cual se es.
Pero detener el bullying no es únicamente tarea de la escuela, también empieza en casa, con la educación más simple y poderosa: el diálogo. Por lo que te pido, siéntate con tu hijo dedícale un poco de tiempo y explícale que no hay razón alguna para burlarse de alguien por su altura, su peso, su color de piel, su forma de vida familiar o las cosas que los demás disfrutan. Enséñale que no hay nada malo en que alguien use los mismos zapatos todos los días, aunque estén rotos o despintados, o su vestimenta se encuentre deslavada o zurcida porque la dignidad no depende de la moda, recuérdale que los sueños de los demás, tienen el mismo valor y peso que los propios.
Enséñale que también hay que incluir mas no excluir a ninguna persona por diferencias físicas o por pensar distinto, explícale que las burlas duelen y que en la vida no se trata solo de competir o expandir negatividad, sino de aprender a convivir, y apoyarnos unos con otros, platícale que no todas las familias son armoniosas o se demuestran su cariño, por lo que es importante ser amable y una sonrisa o un buen día será lo más cariñoso que alguien recibirá el resto del día.
El antídoto al bullying no es el silencio, sino la conciencia, porque cuando miramos al otro con respeto y empatía, dejamos de ver una víctima y empezamos a ver un ser humano que merece vivir en paz.
Psicotérapeuta Araceli Frias

